jueves, octubre 04, 2007

Por el rey y por la vida

El año es 1492. El lugar es el macizo del Vercors en la región francesa del Delfinado. Las palabras son las del primer alpinista "oficial" de la historia en el primer relato de su empresa: el soldado de ventura Antoine de Ville, tras alcanzar, por orden de Carlos VIII de Francia, la cima del monte Aiguille, la famosa montaña con forma de mesa, de 2.097 metros y de paredes verticales, considerada "innacesible" por los antiguos."Es la ruta más espantosa y terrible que yo haya jamás recorrido. Por media milla usamos las escalas... pero la cumbre es el lugar más encantador que se pueda imaginar... Bauticé la montaña en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y en nombre de San Carlomagno, en honor al Rey. También hice celebrar misa y eregir, en los ángulos del altiplano, tres grandes cruces".De Ville y la decena de compañeros de expedición habían destruido el mito de la inaccesibilidad del monte Aiguille, y enviaron con un mensajero la noticia de la victoria al parlamento de Grenoble, el mismo año del "descubrimiento" de América, el año que señalaba el inicio de la Era Moderna, y que también apunta al comienzo de la historia del desafío de las cumbres, una historia hecha de horizontes siempre más difíciles de alcanzar, y de un frecuente perfeccionamiento del cuerpo, la mente y la técnica. Una historia de mitos destruidos y de límites por empujar.Cerca de la mitad de aquellos "héroes" que siguieron el ejemplo de Antoine de Ville encontró la muerte en la montaña: una confirmación de la ley de las probabilidades. Mientras exista la fuerza de gravedad, el juego al límite de las probabilidades humanas será siempre un desafío a la muerte. La otra mitad de los "héroes" no era más valiente que sus compañeros caídos, sino más afortunada. George Winkler, Paul Preuss o Hermann Buhl quizás hoy no serían figuras legendarias si hubiesen muerto de viejos en su lecho, o si aún estuviesen entre nosotros.Visto del este, el monte Aiguille es impresionante. En comparación, todas las otras montañas circundantes parecen fáciles. ¿Por qué, entonces, el rey Carlos VIII, mientras se encontraba de viaje en Italia, dio órdenes a sus hombres de intentar la escalada de este torreón de roca "imposible"? ¿Capricho? ¿Curiosidad? ¿Deseo de conquista? Tal vez.Con el inicio de la Era Moderna había también explotado la voluntad de conquista y el espíritu de aventura. El hombre quería subyugar definitivamente la Tierra. Para los europeos esto tenía una connotación de misión. En el diario de De Ville no se encuentra traza alguna de la gloria estética que habrían sentido un Petrarca o un Leonardo Da Vinci en la ascensión.Aquí había llegado a la meta un conquistador, un destructor de tabúes, un soldado de ventura. Un héroe. Si Antoine de Ville llegó a interpretar el papel de "primer alpinista", lo hizo en excelente forma. Como un alumno modelo. No obstante la fatiga, la extrema dificultad representada en esos tiempos por escaladas de este tipo, y los problemas que siempre surgen entre los miembros de una expedición, él superó brillantemente cada obstáculo, dirigiéndose directo a la meta. Para él no se trataba de un descubrimiento y ni siquiera de una exploración, o de la apertura de una ruta. Es más, quiso poner en guardia a cualquier posible imitador. La cosa importante era más que nada la conquista en sí. La escalada a la cumbre como misión sagrada... El hecho es escalar por escalar, por el llamado, por el afán en sí mismo... Ése es el síntoma, lo que define la esencia del entonces naciente alpinismo.

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